¡Viva la Reina de Oaxaca!
La Virgen de la Soledad permanece en los albores del siglo XXI como un símbolo de identidad para los oaxaqueños, un icono que va más allá de la fe, un encuentro que en tiempos difíciles alimenta la esperanza.
Oaxaca, Oax.- Ahí estaba el corazón de un pueblo rendido a su soberana, que llegó a la ciudad de Oaxaca un 18 de diciembre de 1620. “Las mañanitas” para la Virgen de la Soledad al pie de la Cruz empezaron con un repique de campanas que se escuchó a la media noche. Rodeada de nardos y azucenas que la perfuman, sus fieles la acompañan en la aurora del domingo 18 de diciembre de 2016. Con cantos, velas y miradas encendidas, todos buscan del mejor lugar para estar cerca de ella.
A casi cuatro siglos de su presencia en Oaxaca, esta imagen ha visto pasar bajo su manto a miles de creyentes, quienes en el siglo XVII la nombraron “Reina y Patrona de Oaxaca”. A lo largo de tantos años, son las familias que heredan la fe y no riquezas, ni cargos políticos, ni apellidos, quienes la arropan en la víspera de su festividad.
Alrededor del atrio de la Basílica de Nuestra Señora de la Soledad, los peregrinos que arriban de otras partes del estado descansan tapados con cobijas y se acurrucan para tratar de tomar un aliento, pero una banda que toca en el atrio suena con tanta fuerza que impide a cualquiera conciliar el sueño, los acordes invitan a vivir la fiesta y a mover el cuerpo.
En las entradas del templo, el olor a poleo se dispersa por los ramos que ofrecen vendedores que llegaron de San Miguel Mixtepec, un municipio del distrito Zimatlán, quienes hacen presencia dos veces al año en la capital: en la celebración de la Virgen de Juquila –en San Juan Chapultepec-, y en los albores de la fiesta de la Patrona de Oaxaca.
La basílica en su interior está totalmente iluminada. La escultura de la Virgen de la Soledad fue colocada en el lado derecho del altar mayor, a sus pies se ofrendan flores, todas frescas y llegan más: nochebuenas, aves de paraíso, bugambilias y flores del campo; también hay ceras con su imagen. Pero esta madrugada el halago mayor es la fe que se enciende en una fila que busca pasar a su lado.
Los peregrinos van y vienen, la miran con ganas de sumergirse en sus ojos, rezan y lloran. La periodista Arcelia Yañiz contaba que era común -a mediados del siglo pasado- ver a decenas oaxaqueños que llegaban de sus comunidades a arrodillarse ante la imagen y hacerle suplicas en su lengua materna, en busca de aliento espiritual, como quien vuelve a los brazos de su madre para encontrar el consuelo.
Una creencia que calma arrebatados temporales, por eso es venerada en la Costa chica de Guerrero y Oaxaca, donde su imagen camina por la mar entre cantos y rezos el día de su fiesta.
En la ciudad de Oaxaca la madrugada del 18 de diciembre es corta, los fieles católicos llegan al santuario de su reina, algunos en camiones y muchos caminando. Un hombre se apresura sobre la avenida Independencia, busca paso con un cuadro que carga en la espalda, amarrado con un mecate; también cruza un joven abrazado de una efigie de yeso vestida de terciopelo. Adentro del templo una mujer reza sosteniendo una foto del rostro de la virgen en un marco dorado.
Esta es la tierra que ella gobierna, con corona o sin ella, porque del robo ocurrido el 11 de enero de 1991 no se resolvió el hallazgo de su corona -que ostentaba 80 esmeraldas y 200 brillantes, y que fue forjada con el amor de sus creyentes, que en 1959 la honraron con tan valiosa joya de filigrana oaxaqueña.
«Te amaré toda la vida, todos los años, los meses y los días, todas las horas y todos los instantes, mientras pueda latir mi corazón», las canciones fluyen en una serenata interminable. Los ensambles musicales que forman parte del paisaje sonoro de Oaxaca pasan uno por uno frente a la imagen, la Tuna de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, el Trio Fantasía, la Tuna del Instituto Tecnológico de Oaxaca, un mariachi y grupos con cantos religiosos son el cartel que dan tonalidades de un suelo de músicos.
Es el domingo 18 de diciembre cuando un pueblo del sur de México se rinde a una imagen del culto católico. Es el momento más cercano, el instante donde los feligreses tienen a su reina frente a frente; son las horas donde los labios rosados de la bella imagen se convierten en destellos en torno a la sobriedad que la rodea. Es el remedio de quienes juran, en una promesa por escrito, que dejarán el vicio para encontrarse con la sobriedad.
En su fiesta también hay peregrinos del estado de Veracruz que por años han traído sus ofrendas a la Reina de Oaxaca, tal vez porque de ahí llegaron -en 1620- los arrieros que entre sus mulas se adhirió la que tenía una carga desconocida, que al abrirse justo en el lugar donde hoy se ubica la basílica, resultó contener un Cristo, además del rostro y manos de una virgen con la inscripción: “María Santísima de la Soledad al pie de la Cruz”.
Un quinteto de ángeles parece mirar, desde un tapanco en el lado izquierdo del altar mayor, el vaivén de almas emocionadas. Esta madrugada de domingo, la Virgen de la Soledad abrió su balcón para encontrarse con su pueblo, que no ha dejado de gritar: ¡Viva la Reina de Oaxaca!
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