Tributan su corazón al Señor de Tlacolula
Tlacolula de Matamoros, Oax.- El templo de Santa María de la Asunción huele a fe este segundo domingo de octubre. Flores, cera, rezos, lágrimas y muchas esperanzas llevan en sus manos los creyentes católicos que se postran en la Capilla de Los Mártires. La imagen del Señor de Tlacolula está de fiesta y todos llegan a tributar su corazón.
Una señora que vende veladoras dice que esta celebración religiosa es la más importante del año para Tlacolula, y que congrega a muchos creyentes de los Valles Centrales de Oaxaca. Pero también arriban católicos de otros puntos del país que vuelven para cosechar los recuerdos que sembraron en esta comunidad zapoteca.
La fila para pasar ante la imagen del Cristo milagroso es numerosa e interminable. La espera se acompaña de oración, de emociones que salpican lágrimas y de miradas que buscan ensartarse en la antigua escultura de Jesús crucificado. Algunos turistas extranjeros entran al recinto sagrado de manera arbitraria, sin respetar el ritual que ahí se vive, pero como son güeros nadie les dice nada.
De gesto dulce, el rostro de la efigie que fuera moldeada con pasta de caña en el siglo XVI, cubre su cuerpo con un sendal sencillo de tono rojo, la sobriedad del amado Cristo contrasta con la ornamentación tan rica de relieves cubiertos de hoja de oro, espejos, esculturas y óleos que abarrotan la legendaria capilla.
Decenas de velas y veladoras se han prendido acompañadas de peticiones, de plegarias en zapoteco y español. Se enciende vigorosa la fe que hizo levantar este recinto hace muchos siglos.
Gladiolas rojas se reparten al entrar a la capilla, los adoradores católicos acarician con su flor el vidrio que protege la imagen. Es la reliquia que prueba su visita, es el amor que se prolonga y acompaña el camino a casa.
El templo está repleto de gente, al igual que la casa parroquial. La fe mueve a cientos de devotos que se reparten también en el atrio, lugar donde se dispusieron de sillas para oír la misa, para entender el ritual de la Danza de la Pluma y para escuchar la audición de bandas oaxaqueñas, esas que tocan y no hacen ruido.
Los habitantes del Valle de Tlacolula son cálidos, sonríen y comparten esta fiesta, hasta te regalan un saludo aunque no te conozcan; sus comerciantes llaman al cliente con el cariño necesario para ganar la venta, obsequian la prueba de su mercancía, y al final agregan a la bolsa un poco más de la medida.
Ya es hora de comer y hasta al atrio del templo llega el humo y olor al carnes asadas, es imposible no anhelar esas delicias y no vacilar en ir al Mercado Martín González. Al entrar a la plaza hay que abrirse paso entre compradores y vendedores. Las ofertas son muchas y todo se ve delicioso.
La mujer que vende chapulines interrumpe su comida, deja su blanda calentita con un pedazo de tasajo recién asado para ofrecerte su producto y convida la prueba. Hay medidas de 10 y de 20 pesos, aquí los chapulines son frescos, oaxaqueños y no están pintados.
Las tlayudas moradas, las semillas de calabaza y las verduras frescas coquetean con el apetito. Es día de fiesta y la abundancia de esta tierra se mira con especial esmero en su área de pan, de barbacoa y de sabrosas carnes asadas.
En el andar, a cada instante la vista se ilumina con los hermosos atuendos de las mujeres del Valle de Tlacolula. Encajes, tiras bordadas, enredos, blusas de finos hilvanados, mascadas con flores y telas que fulguran la alegría de vivir se desbordan.
La lluvia llega a la fiesta del Señor de Tlacolula, la gente se resguarda pero nadie se va. Los juegos mecánicos están mojados, pero cuando la noche llegue prenderán sus luces, y la alegría hará sonreír la fe de un pueblo que sabe tributar su corazón.
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