El Señor que venció al Rayo
Oaxaca, Oax.- Se necesitaron setenta manos para sostenerlo, palmas jóvenes que le alzaron por la calles de la ciudad. La tarde clara y de tonalidades amarillas ve pasar a una réplica del corazón católico de Oaxaca, del palpitar que otorga la fe de un pueblo que necesita de milagros para seguir caminando. Es martes 23 de octubre y la festividad en honor al Señor del Rayo llegó a su día grande.
La procesión ha entrado a la Catedral de Oaxaca y con ella la esperanza de decenas de creyentes, que con ramos de flores, veladoras y oraciones forman una larga fila para poder pasar al nicho donde se encuentra el cristo de factura española, cuya fuerza lo ha hecho vencer a un rayo, pero sobre todo al tiempo.
Desde hace más de 10 años, la escultura del Señor del Rayo fue colocada en la capilla dedicada al Sagrario, cuando la devoción de sus creyentes rebasó su antigua sede, donde ya era imposible venerarlo.
Con un espacio más grande y después de ser restaurado en el año 2013, la efigie de este Cristo elaborado en pasta de caña policromada de finales del siglo XVI, ya no se mueve de lugar para su conservación, ahora, paciente espera, escucha y ve pasar a decenas de oaxaqueños que nacen y mueren creyendo en él.
Los cantos de alabanza se oyen en pasillos y capillas de la Catedral, la espera es generosa para la fe, hay dos filas que aceleran el corazón de los católicos, una es para pasar a adorar la imagen original del Señor del Rayo, y otra más es para besar a la réplica, situada en el altar principal.
La necesidad de tocar a la imagen venerada es evidente en los rituales del mundo católico, porque estas representaciones de fe no se gestaron como obras de arte, sino como la extensión de un sentimiento. Y los asistentes anhelan tocar sus brazos, sus piernas, besar el cendal o la cruz que lo sostiene.
El tiempo es corto y la tarde avanza, las oraciones se funden entre rostros que suplican, entre manos que se extienden. Esta fe tiene la virtud de no tener edad, hay mucha gente joven en el templo que ayuda y hace oración, pero también personas mayores que dirigen los oficios y llevan a los nietos para encontrar la cura a las dificultades.
Como cada año, la catedral se vuelve campo fértil para las flores que brotan con abundancia: rosas, lilis, astromelias y follajes envuelven las gruesas columnas de piedra verde. También son depositadas en jardineras, floreros e interminables guías que se esparcen para tributar al Señor del Rayo.
El tiempo corre y las velas se consumen, se encienden más para iluminar este momento. Este año la Hermandad de Estandartes y Relicarios del Santísimo Rosario no llegó a la procesión por cuestiones de agenda, pero el Señor del Rayo salió escoltado por un pueblo que parece amarlo cada vez más.
El agradecimiento y la generosidad hicieron abundar la comida desde la madrugada: atole, tamales, panes, enchiladas, gelatinas, dulces regionales y nieve, cada quien trajo lo que su gratitud pudo comprar para compartir con los peregrinos. La noche de martes la festividad cerraría con un castillo y con la satisfacción de haber cumplido.
Dicen que al Señor del Rayo se le reza para que sane los males del corazón, y por eso tantos corazones se han colgado por años abrazando su cuerpo, como amorosos lazos que unen lo divino con lo terrenal a través del milagro.
El amor que genera esta imagen parece vibrar desde su nicho, energía que provocan sus devotos al poner sus manos emocionadas en el vidrio que lo protege. La piel se adhiere y se marca en el cristal, por eso una persona se dedica a limpiar constantemente la vitrina que guarda al legendario Cristo.
Afuera los tiempos se tornan difíciles, pero cada 23 de octubre, adentro de la Catedral de Oaxaca, un corazón que fue más fuerte que la devastación de un rayo, sigue palpitando para unir a un pueblo, y hacerlos creer que ninguna tormenta es más fuerte que la fe.
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